La comunicación está constituida fundamentalmente por la trasmisión de mensajes, lo que siempre implica un intercambio, aunque este sea trasladado en el tiempo y en el espacio. Sin comunicación no habría sociedad, ya que no sería posible la producción de cultura.
La participación
de varios individuos en el proceso de comunicación es fundamental, ya que esta
se puede realizar solamente si existen por los menos dos polos de interacción:
un emisor del mensaje y un destinatario, que asume el papel de receptor. De la
misma manera, la intencionalidad de la comunicación depende del nivel en que se
expresa, de los medios que se utilizan y de los deseos que los individuos
tengan a la hora de emitir un mensaje.
El proceso
comunicativo se cumple cabalmente en la
producción de mensajes verbales, es decir, cuando interviene el lenguaje como
medio para su trasmisión. Existen algunas reglas claves de la comunicación
inherentes a los dos polos de la trasmisión de mensajes: Para el emisor, la formulación de mensajes debe respetar las
reglas de la comunicación que, en primera instancia, implican una articulación
que lo haga inteligible en cuanto a su significado. Asimismo, el medio
utilizado (por ejemplo, la voz o la escritura) debe poder contenerlo de manera
clara, ya que se puede correr el riesgo de que el receptor no pueda
decodificarlo. Para el receptor, el
mensaje debe ser percibido claramente y comprendido su significado.
Evidentemente, puede ser aceptado o rechazado, pero en ambos casos la respuesta
se produce, lo que permite al emisor tener la confirmación de la llegada de su
mensaje.
Aunque parezca que los factores en juego en el acto comunicativo sean solamente tres (el emisor, el mensaje y el receptor) en verdad estos llegan a ser por lo menos seis, cada uno con su función específica: el emisor (función expresiva); el código (función meta-lingüística); el mensaje (función emotiva); el receptor (función conativa); el medio o canal de trasmisión (función fática) y el contexto (función referencial).
Aunque parezca que los factores en juego en el acto comunicativo sean solamente tres (el emisor, el mensaje y el receptor) en verdad estos llegan a ser por lo menos seis, cada uno con su función específica: el emisor (función expresiva); el código (función meta-lingüística); el mensaje (función emotiva); el receptor (función conativa); el medio o canal de trasmisión (función fática) y el contexto (función referencial).
Es importante
resaltar que el mensaje, aparte de trasmitir contenidos, realiza también una
función emocional, ya que trasmite también informaciones sobre su
intencionalidad y el estado anímico del emisor. La presencia de “ruidos”, tanto
materiales como comunicacionales, pueden dificultar la emisión o la recepción
de un mensaje, de allí las repeticiones y, sobretodo, el uso de para-lenguajes
que añaden al mensaje verbal expresividad que facilita su comprensión: posturas
del cuerpo, gestos con las manos, expresiones de la cara y tonalidad del
discurso, entre otros.
Para comunicar
un mensaje puede ser suficiente una sola oración, aunque generalmente se
necesitan varias de distintos tipos que, articuladas secuencialmente permiten
la expresión del mensaje. De cualquier manera, la oración tiene autonomía,
aunque es en el contexto de un discurso que se despliega completamente el acto
comunicativo.
Para que el
receptor comprenda y entienda un texto, son necesarios también otros elementos
como el conocimiento de la lengua y el acceso a los referentes mínimos que el
emisor pone en juego, es decir, su cultura de referencia. Por esto, si el
receptor no participa de la misma cultura del emisor, puede comprender el significado
de las palabras y hasta el de las oraciones, pero no entiende su sentido.
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